AMABILIDAD CUANDO MENOS TE LA ESPERAS

Una de las cosas más gratificantes de viajar a lugares desconocidos es que siempre encontrarás sorpresas inesperadas durante tus viajes. El factor sorpresa puede ser cualquier cosa única que ofrezca el lugar, desde un aroma peculiar hasta un paisaje colorido o los sabores de platos típicos. No obstante, el factor que siempre me hace sonreír y me da una sensación particular de felicidad es cuando la gente es amable, especialmente cuando menos te lo esperas.

Hace un par de semanas estuve en Calgary, Canadá en un viaje de negocios corto y, como siempre, la conocida hospitalidad de los canadienses no me decepcionó desde el primer minuto de mi visita. Lo más resaltante de este viaje, sin embargo, fue el aventurarme en el sistema de transporte público. Le pedía a la recepcionista del hotel indicaciones cuando, de pronto, una de sus colegas intervino para sugerir una ruta más corta, al escuchar nuestra conversación. Antes de que pudiera procesar la información me dijo que le siguiera. Íbamos caminando hacia la parada del autobús y un autobús estaba a punto de partir, así que ella empezó a correr y a gritar al conductor que esperara. De pronto estaba en el autobús, sin aliento y sin idea de adónde iba exactamente porque todo pasó muy rápido. Con suerte, el conductor tuvo la paciencia de explicarme dónde bajar, dónde tomar el tren, etc. y llegué a mi destino (y de regreso al hotel) sin contratiempos. Estas dos personas no solo me indicaron cómo navegar la ciudad sino también me obsequiaron un momento que siempre recordaré con cariño.

Tuve una experiencia similar en mi viaje a Grecia al inicio de siglo. Una de mis amigas más cercanas de primaria y secundaria y yo decidimos que Mykonos sería el lugar donde recibiríamos el 2000. Después de pasar un par de maravillosos días en Atenas, llegamos a la isla sin problema. Hasta ese momento, estábamos convencidas de que éramos muy buenas viajeras. Lo que pasó después probaría lo contrario. Cuando quisimos cambiar dinero a la moneda local, nos dimos cuenta de que los bancos y prácticamente todos los negocios estaban cerrados por las fiestas. Solo contábamos con dólares americanos y no teníamos tarjetas de débito o crédito así que la situación no era prometedora. Nos preguntamos entonces cómo íbamos a sobrevivir sin dinero aceptable. En ese momento una mujer pasó y al ver nuestras caras de preocupación preguntó si pasaba algo. Le explicamos la situación y ella de inmediato chequeó su bolsa para ver cuánto dinero llevaba. Luego, nos compró dólares para que pudiéramos tener dinero para los próximos días.

Estoy segura de que no soy la única persona que se ha encontrado con este tipo de gestos por parte de extraños durante sus viajes. Esto por sí solo debería ser un aliciente para continuar visitando lugares desconocidos. ¿Por qué? Parece ser que la amabilidad suele presentarse durante circunstancias especiales. La pregunta que cabe es la siguiente: ¿hay algo más especial que viajar?